Pero no podía apartar la vista de la escena donde las trece personas en el escenario bailaban en perfecta sincronía. La actuación y la música no eran como las de un grupo de ídolos promedio, y la energía en sí era diferente. Resultó que eran un grupo que escribía sus propias canciones, coreografiaba sus propios bailes e incluso creaba su propio contenido. Cuanto más profundizaba en cada uno, más sentía su verdadera "sinceridad". Pensé: "¿Hay algún ídolo que derroche tanto amor?". Sin darme cuenta, me encontré sonriendo, y desde entonces, Seventeen se convirtió en parte de mi vida diaria. Después del trabajo, veo "Going Seventeen" y me río, y antes de acostarme, escucho canciones de Seventeen. Se volvió tan natural. Dicen: "Hacerse fan no es casualidad, es una elección", y me gusta mucho esta decisión.